LAS VIZCACHAS Y EL ZORRO (Autor: Juan Raúl E. Cuba)

Eran los tiempos en que los hombres cansados de actuar solo en base a la voluntad divina, decidieron probar otras formas de vida, desobedeciendo las que estaban instauradas y empezaron a comportarse de rara manera. El creador, viendo que la conducta de sus súbditos se había alejado de las sanas y buenas costumbres, decidió castigar su desobediencia y los convirtió en piedra, dejando en la faz de la tierra solo a los hermanos animales.
Fue así como se conocieron las vizcachas y el zorro en una meseta huancavelicana. Temerosos de los designios divinos decidieron vivir pacíficamente, porque en aquella época siempre habían estado enemistados por aquello que a los zorros les gustaba comer las ricas ancas de las vizcachas.
Por fin se habían librado de los cazadores humanos. El zorro, que había sido mal visto por los demás animales por haberlos engañado siempre, fue admitido en el hogar  donde habitaban las vizcachas: Sombrerúyocc. Era admirable cómo se había adaptado a la forma de vida de éstas. Átocc, que fue el nombre con que lo bautizaron, participaba como un miembro más de la comunidad. Había que construir algo o alguna faena comunal, átocc era el primero en ofrecer su ayuda, recibiendo a cambio, el cariño y consideración de las vizcachas.
Cierto día, en que participaban de una celebración especial por el advenimiento de un nuevo año, un grupo de vizcachas acompañados de Átocc se fueron a bañar a una laguna que estaba en las faldas de Sombrerúyocc. En aquél paraje solitario Átocc se acordó de los tiempos en que vivió junto a su familia, de cómo los hombres malos cazaban a sus hermanos y por esa razón debían vivir errantes y robando su alimento para sobrevivir. Vio cómo las hermanas vizcachas retozaban felices a su lado. Nadie presagiaba algo anormal. Átocc, de pronto sintió el deseo de sublevarse y recuperó su viejo instinto cazador y las humillaciones por las que le habían hecho pasar los humanos, enfurecido atacó a las vizcachas y se las comió en medio de los gritos lastimeros de sus “hermanas” que le suplicaban que no lo hiciera.
Fue demasiado tarde cuando recuperó el tino y se dio cuenta del crimen atroz que había cometido. Se armó de valor y como no le quedaba otra alternativa decidió volver a su antigua forma de vida.
Dicen que esa fue la razón por la que hasta hoy, andan errantes con la cabeza gacha y arrastran la cola por el suelo en señal de castigo.   

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